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En esta obra magnífica, de sentido profundo, no solo se halla una reflexión general de la vida humana, sino que contiene además un alto componente autobiográfico donde el autor se revela y se muestra. Se respira en ella un aire de angustia y tristeza que, como un asalto, lleva al reconocimiento de la propia condición y posición en la existencia. La reflexión del individuo en su relación con la sociedad y la familia es el lugar de donde surge el desarrollo de este problema económico-filosófico, literariamente abordado por Kafka.

La transformación por sí misma no representa un aspecto primario en la novela. Si fuera este el caso, el autor hubiera sin duda ahondado en este problema especificando más claramente en qué consistió dicha alteración y cómo se dio. De ahí que no sea gratuito que justamente el inicio de la novela se dé dando por sentada la metamorfosis. Lo importante es identificar el resultado de la conversión y su posible causa, aunque esa causa se diera como un proceso.

Por su parte, la figura del insecto es apenas una excusa, un símbolo, una imagen, una metáfora de la que el autor se vale para observar y narrar las circunstancias terribles que rodean al infortunado hombre en su interacción con su entorno bajo las nuevas condiciones. El lector desprevenido se quedará en la mera anécdota de la conversión y perderá de vista el elemento crítico realmente valioso que pueda extraerse de la narración. El mismo Kafka previno al editor de su libro ilustrar esta obra con la imagen de un insecto en la portada, sabía que hacerlo condicionaría al lector a tomar dicho aspecto ficticio del personaje como elemento principal: «El insecto mismo –dice Kafka- no puede ser dibujado. Ni tan sólo puede ser mostrado desde lejos. En caso de que no exista tal intención, mi petición resulta ridícula; mejor. Les estaría muy agradecido por la mediación y el apoyo de mi ruego. Si yo mismo pudiera proponer algún tema para la ilustración, escogería temas como: los padres y el apoderado ante la puerta cerrada, o mejor todavía: los padres y la hermana en la habitación fuertemente iluminada, mientras la puerta hacia el cuarto contiguo se encuentra abierta.».

La transformación de Gregorio Samsa (que el autor no explica cómo se da, pero que insinúa por qué se dio) lo convierte en un hombre aislado e incomprendido por su núcleo familiar y por un aparato institucional productivo, los cuales someten y obligan a aquel a que trabajen para ellos. Esta es la sociedad en la que solo “es hombre” el hombre productivo, es decir, el hombre que vale porque genera ganancia y aumenta la riqueza ajena a costa del sacrifico propio. Se humaniza lo animal y se animalizan las funciones y capacidades propiamente humanas; se convierte al individuo en un objeto, instrumento de la propia conveniencia a quien se le ha despojado de una vida propia haciéndolo vivir con sueños, ideal eso ilusiones prestados sin otra cosa en la cabeza que la obligación diaria de la acción productiva. La madre de Samsa llegó a afirmar que su hijo no tenía “en su cabeza otra cosa más que su trabajo”.

Las ilusiones ascendentes del hombre que trabaja para asegurar la posición de los suyos y la propia en la escala social se ven defraudadas por el hundimiento progresivo al que es empujado aquel a causa el asedio del jefe y la familia que además convierten en suplicio la tarea cotidiana de su carga laboral.

La vida productiva creadora de riqueza tiene como correlato la existencia parasitaria que solo vive a costa del trabajo ajeno. De Gregorio Samsa dependen dos grupos de personas que, a través del aprovechamiento económico, le succionan el fruto del sudor y el producto del esfuerzo diario.

Así pues, el trabajador enajenado entregado a su labor, una labor impuesta y ajena, arruina su cuerpo y empobrece su vida entregándole su alma a un oficio que la aniquila y la absorbe con herramientas cada vez más eficientes para exprimir su fuerza vital y humana. El trabajador común pasa los días ejecutando y realizando una tarea mecánica, repetitiva y monótona además de frustrante; redundando en un círculo del que no puede salirse, que ni comprende ni puede dominar porque, todo lo contrario, es empujado por una fuerza ciega superior a él que lo envuelve y lo somete. El engranaje social funciona de manera inconsciente y la inclusión del hombre en la sociedad depende de su pertenencia sumisa a dicho engranaje. Querer distanciarse de él es aceptar el aislamiento y la separación: es condenarse al exilio.

Ahora bien, todo el inicio de la Metamorfosis es una aclaración que Gregorio Samsa hace de su pasado inmediato; un balance general de lo que hacía y en lo que se convirtió: una vida resignada condenada a trabajar como comerciante o banquero. Su presente de insecto se explica en su pasado inmediato. La novela parte del resultado final para mostrar posteriormente la causa del horror.

Samsa no recoge ningún fruto, su existencia reducida solo produce indiferencia e indolencia por parte de los que siempre fueron los primeros en darle amor a cambio de que su sustento estuviera garantizado. Su vida agotada es el esfuerzo no valorado de su sacrificio por los otros. Su existencia describe la línea descendente que se va a apagando en intermitencias de cansancio y agotamiento. Paralelo a ese trazo que se hunde se levanta la línea floreciente de una familia arribista que sacrificó a su hijo para elevarse a un bienestar mezquino y filisteo.

Gregorio Samsa simboliza la desvalorización del hombre que no representa ninguna utilidad y del que no se obtiene ya ningún provecho. Su propia existencia instrumentalizada y objetivada se le ocultó mientras andaba distraído en la enajenación del trabajo productivo. Haber tenido conciencia de esto fue su tragedia. Su humanidad ya no fue recobrada y asistió al espectáculo lastimero de su propia perdición. El haberlo ignorado le ocultaba su infelicidad. Su vida era la de un hombre que todavía no sabía que era infeliz.

Ver la vida entregada a la rutina de la repetición diaria y la monotonía asfixiante; aceptarla esterilidad de lo cotidiano; adoptar la costumbre y aceptarla como natural retrasa la posibilidad de despertarse del sueño que nos han obligado a soñar y verlo convertido en pesadilla. El reconocimiento tardío de cargar con una vida así debe generar pavorosas consecuencias. El tedio tiene que sentirse como una cosa opresiva y abrumadora, este debe producir un aislamiento de nosotros en nosotros mismos, que es el más terrible de todos los abandonos. El despertar consciente de que hemos llegado a ser para nosotros unos completos desconocidos y de que cada día ha sido un cúmulo inmenso de horas muertas que sumamos al arrume de una recolección estéril, es el toque de campana que nos avisa de un abismo insospechado al que nos hemos visto arrastrados, no sin vértigo, en la tenebrosa e inadvertida profundidad que yace oculta a nuestros pies.

La metamorfosis es la conciencia lúcida de la propia condición. Es la novela del despertar. Su inicio es también una metáfora: “Cuando Gregorio Samsa despertó una mañana….” Quiere decirnos que ese despertar está ligado al conocimiento doloroso de lo que se ha llegado a ser.

Es el hombre que reconoce lo que ha sido y que comprende que eso que fue no coincide con lo que creía que era. Aquel que, al mirarse al espejo tras quitarse la máscara, no reconoció su cara y se preguntó quién era. La metamorfosis espor eso anagnórisis, el pathos de la soledad, la desolación, el desamparo y la lucidez.

No aceptar la convención y optar por un camino propio provoca una ruptura con nosotros y los otros: alejarse del rebaño nos convierte en solitarios y hace que los otros nos contemple como bichos, insectos, plantas raras que deben ser arrancadas; elementos antisociales que deben ser marginados, encerrados o aniquilados.

Gregorio Samsa encarna y representa la existencia de millones de personas que (movidos por los hilos ocultos de un mecanismo programado, secreto y maquinal que activa y convierte en autómatas esclavizados) encarnan la docilidad y la obediencia de las normas; que se muestran como defensores pasivos del sistema que los explota y oprime. Este régimen económico y político que ha moldeado la sociedad nuestra, impone un orden común y niega la individualidad por considerarla peligrosa. El hombre que se aparta del rebaño es visto con sospecha y obligado a rendirse y entregarse a cambio de no perder su cordura, su patria y su vida en el cementerio, la cárcel, el exilio o el manicomio. Este fue el alto precio que pagó Gregorio Samsa. La conciencia que adquirió de sí; la pregunta por lo que era, la molestia y la inconformidad consigo mismo lo llevó a la soledad que derivó en su muerte. El camino de la individualidad lo volvió extraño de sí mismo y de los otros. Es el riesgo que también enfrenta quien está dispuesto a poner en práctica la máxima ubicada en la entrada del templo de Delfos en la antigua Grecia: “Nosce te ipsum”, conócete a ti mismo (Rousseau ya había escrito que el más útil y el menos avanzado de todos los conocimientos humanos era el del hombre).

Esta es la novela que se pregunta por lo que se ha llegado a ser; por lo que se ha devenido. Interroga lo que somos o lo que, en un día desprevenido, seremos al despertar. He ahí la pregunta que alienta la novela. ¿Alguien se ha hecho esa pregunta? ¿Y si se la ha planteado, la ha respondido con la seriedad que tal investigación requiere?

Que cada uno de nosotros tenga pues la valentía de reconocer el insecto que tal vez seamos y que aún no hemos sospechado; la valentía de descubrirnos y saber en qué nos hemos convertido después de examinar de cerca nuestra vida, asumiendo el dolor que la lucidez encierra y las consecuencias que tal conocimiento trae.