Hace unos nueve años recuerda uno de los tantos castigos de su niñez, por una pequeña ocurrencia, (leer más de la cuenta), sólo tenía diez años, cuando por fin pudo acceder a un libro de historias para adultos, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson, su padre encantado de verla leer siempre le daba espacios de soledad para que lo hiciera, pero como todo en la vida tiene un costo, pactaron un compromiso, típico de los padres decir sí, siempre con un PERO, el compromiso era que ante todo aquella pequeña nunca debía descuidar sus estudios.
El encuentro de ella con dicha obra literaria, la hizo traspasar los límites, por gustarle más de la cuenta y leer más de lo que debía e incumplir su compromiso se ganó un grave problema con su padre.
Resulta que llegaba del colegio y lo primero que hacía era coger su libro y el diccionario al lado, para buscar siempre las palabras que no comprendía, por obvias razones se veía en apuros por la noche para cumplir con sus deberes académicos, y su padre por esas noches siempre le preguntaba, ¿Hija por qué está haciendo tareas en plena noche? Su respuesta era: Papá hoy he tenido mucho por hacer y por eso ando trasnochando. Claro, eso era obvio, si se la pasaba leyendo todo el día, cómo le iba a rendir.
Su padre al notar este comportamiento decidió verificar si era verdad lo que le decía. Una de esas tardes de lectura, la sorprendió en la habitación, haciendo las veces de pirata sobre su cama, aún con uniforme… Y su primera pregunta fue: ¿Ya hiciste las tareas? Ella con cara de asombro le respondió, ya voy papá, estaba terminando un capítulo que no había logrado concluir ayer, pues porque estaba haciendo tareas. Él salió de su habitación y ella confiada de que no volvería, siguió en su lectura y horas después, no sabe cuántas, la sorprendió dormida, con el libro en la mano, el diccionario al lado y las tareas sin realizar…
Tremenda regañada la que le metió cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, ahora todo tenía sentido. Había faltado a su compromiso para poder acceder a sus espacios de soledad y lecturas, (primero era el colegio) y evidentemente burló su autoridad. Así que la castigó con lo que más le dolía y de la peor forma para ella en aquel tiempo. Sus espacios de soledad fueron más reducidos, le hacía seguimiento con sus deberes académicos, le decomisó el libro y sólo se lo entregaba dos horas al día para leer, esto para ella fue el peor castigo que pudo tener a lo largo de su vida, pues no podía leer detalladamente y se quedaba la mayoría de las veces con ganas de saber qué iba a suceder después, así pasaron varios días, acabó de leer su libro predilecto, pero le costó mucho tiempo. Ahora hacía primero sus tareas, leía y dormía temprano. Aunque el fin de su padre todo ese tiempo, era enseñarle a distribuir bien sus espacios, ella en este momento no lo comprendió y esto la enojó mucho.
Cuando su padre le devolvió el libro, decidió leerlo por segunda vez. Hacía las tareas en el día y en la noche leía, la segunda lectura evidentemente la disfrutaba más, lo hacía sola, pero su forma de hacerlo cambió, ya no lo hacía con las luces prendidas, se metía debajo de sus cobijas con la linterna en la mano, la pasaba muy bien gran parte de la noche y para no levantar sospechas, cuando paraba de leer dejaba todo muy bien organizado.
Así pasaba noches enteras, pero otro problema se le vino encima, ya en sus clases la pasaba somnolienta y su rendimiento académico bajaba notoriamente, y ya el motivo de preocupación no era solo para su padre, sino para sus maestros, era una niña muy lúcida, pero con su maestra de lengua materna no tenía dificultad alguna, pues se la pasaba hablándole era del libro y atenta a su clase. A su padre le llamaron la atención por obvias razones y como trabajaba en el mismo colegio, en la misma jornada que ella estudiaba, fue mucho más fácil dialogar con él.
El caso es que volviendo a las noches de lectura de aquella pequeña, justo cuando acabó el libro por segunda vez, por la satisfacción de haber llegado a tan anhelado final, no se percató de no levantar sospechas, se quedó dormida y nuevamente la sorprendió su padre con la evidencia en las manos al despertar en la madrugada.
Nuevamente se encolerizó, porque ella andaba haciendo de las suyas y al parecer nada de lo que le había enseñado había producido efecto alguno sobre ella, pues pasó por alto de nuevo su compromiso y traspasó los límites. Su padre ya tenía una explicación para los maestros de su hija, cuando llegaron al colegio, les expuso la situación y en vista de ello, cada uno por aparte cogió a la pequeña y le hicieron observaciones respecto a su comportamiento.
Para ella ésta fue una de las experiencias terminó siendo más gratificantes a lo largo de su vida y pudo reflexionar sobre sus actos, ahora a sus diecinueve años dice ella riéndose de todo lo recordado que gracias a ello, valora aún más la posibilidad de acercarse al mundo de las letras moderadamente y siempre con la misma pasión de cuando era niña.
Sara J. Gallego C.